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Era singular encontrar un campo de trigo con frutos comestibles. Desde la Gran Guerra, donde las bombas habían infectado el suelo con sus venenosas sustancias, y el fuego había arrasado los pocos caminos transitables, la población de esa zona colocaba sus pocas esperanzas en la cosecha del trigo. Un campo por vez, un grupo de semilla por cada intento. La necesidad de alimentación no eran tan urgente como la de demostrarse entre sí que todavía podían, que no les había ganado una serie de bombas extranjeras. Había pocos niños, menos cantidad de ancianos y las personas activas se concentraban en

En su pozo de recuerdos, las noches de Halloween ocupaban un espacio especial en su cabeza. Recordaba bien lo maravilloso que era disfrazarse cada año, utilizando los momentos de la noche para pedir dulces de todo tipo. Obtener montones de dulces era sin dudas la mejor sensación que todo niño podía experimentar, aquello que hacía la vida perfecta. Ahora, sin embargo, ¿podría volver a pedir dulces? Atado a una cama de por vida, con el cuerpo del cuello hacia abajo paralizado, pensó que sin dudas, ese disfraz tan aterrador le traería más dulces que nunca.

Era su gran oportunidad de llevarse bien con Fausto. Sus intentos de acercamiento no habían sido, hasta ahora, fructíferos. Más bien, comenzaba a pensar que el niño le detestaba en gran medida desde que le había conocido en la cena de hacía un mes. Bueno, no que pudiera culparle. Efectivamente, estaba saliendo con su padre y era en parte su culpa que su madre y él se hubieran separado, dejando a Fausto en el clásico limbo de los niños de divorcios. La separación de Carletto no le había preocupado suficiente hasta que conoció a Fausto y vio lo que ambos habían hecho. Se habí

Ugh. Odiaba las casas del terror. No era su cobardía, ni siquiera las horribles sensaciones que escalaban en su estómago cada nuevo año, al entrar en una de ellas, siempre sentía esa desesperanzadora pérdida de control sobre sus acciones e impulsos. La agitación común de la vida diaria era suficiente para intranquilizar sus nervios, así que la idea de entrar a esa horrible estancia durante veinte minutos se le antojaba excesivo. Dispensó un poco de su malestar con un suspiro inaudible, cuyo gesto sin embargo, llamó la atención de su acompañante. - ¿Seguro que quieres hacer est

Los caminos se entrecruzaban en la parte trasera del hogar. La brisa traía el aroma de los pinos, de las hojas recién caídas en la noche oscura de Octubre. Jimmy observaba fuera de la ventana, recordando ese mismo día, hacía un año, cuando su hermana mayor había escapado con el hombre de la casa del frente. Era una persona extraña. Realizaba máscaras, disfraces con hule. Un hombre que en su vida tenía pocas aspiraciones, similares a su visión de las circunstancias que rodeaban todo. Y allí estaba, su hermana, Sandra, de nuevo frente al hogar que había ocupado con su Jimmy, su m

Aquello había empezado con sucesiones de bromas inofensivas. Algún shampoo siendo cambiado por tinte de acción rápida, insectos de plástico en las habitaciones, y otras de las muchas ideas que han pensado miles de mentes antes de la nuestra. Sin embargo, ¿había sido necesariamente llegar a estos extremos? La poca movilidad de la caja de madera donde se encontraba le irritaba de sobremanera. La cantidad insignificante de oxígeno que lograba entrar por sus pulmones no era suficiente para apartar el agudo dolor de los mismos. El mundo oscuro bailaba a su alrededor, entre manchas brillantes en el fondo de

Mi madre sabía muy bien cómo preparar las calabazas. Me hacía repetir una y otra vez las instrucciones durante todo el proceso, para asegurarse que el día que ella no estuviera, la casa todavía pudiera ser bellamente decorada en la fiesta de las brujas. Todavía puedo escuchar mi propia voz "Primero separar bien el tallo del vegetal escogido, luego lavar la superficie de cualquier suciedad posible. Es extremadamente importante, antes de proceder a cortar la parte inferior de la base..." Eran años, y años en su memoria, donde esa sencilla actividad los había unido tanto. Si tan solo ella le hubiera

La casa al final de la calle Mapple pertenecía al señor Joe. Era un hombre entrado en años, canoso, pero de temperamento venerable. Cuando yo todavía iba a la escuela primaria, recuerdo perfectamente que en las noches de Halloween nos regalaba gran cantidad de dulces. Su porche siempre estaba abierto para los niños, con una taza de chocolate caliente y deliciosas galletas horneadas para deleitarnos en el frío típico de la estación. Era maravilloso jugar en la bicicleta, tras un agotado día en el colegio, y observar a lo lejos las múltiples decoraciones que poco a poco el señor Joe iba col

El aire frío desafiaba a salir solo a los más valientes. Penetraba las habitaciones de las casas, ignorando la existencia de paredes o ventanas cerradas, simplemente realizando como se le placía, invadiendo hasta los recovecos donde las alimañas hogareñas buscaban refugios. Encender la chimenea, y subir la calefacción a un nivel alto ofrecía un prematuro alivio, de allí que se vieran pocas almas arriesgándose a moverse por las calles de ese normal barrio residencial. Ese año, la llegada de la temporada invernal le había atrapado fuera de base. Enferma tras una increíble guerra de ag